Historias de café y del teso

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El Festival de Cine en unos cuantos sorbos de café

¿Quién no recuerda una, diez, cien películas o series donde el café lo signifique todo? Hagamos memoria, más allá de la escena de Audrey Hepburn ante el escaparate de Tiffanys (la joyería excelsa que ahora quiere comprar el grupo europeo propietario de la no menos inmortal Louis Vuitton) mientras se toma un coffee to go y suena ‘Moon River’  en Desayuno con diamantes

¿Quién ha olvidado cómo se le cae de las manos la taza al agente Kujan de Sospechosos habituales cuando se da cuenta de que empieza a poder atar los cabos sueltos de su investigación? ¿No es acaso verdad que  unos cuantos empezamos a amar a Jim Jarmush en aquel corto antiguo y en aquella película de 2003 titulados Coffee & Cigarettes donde Iggy Pop, Cate Blanchett o Tom Waits tomaban café y fumaban mientras filosofaban sobre lo humano, lo divino y lo infernal; sobre el champagne, la nicotina utilizada como insecticida (y para  sacrificar angulas antes de cocinarlas, añadimos nosotros desde la ría de Orio) e incluso sobre posibles conspiraciones gubernamentales contra el rock y Elvis Presley? Y luego está la canción, claro, la canción del mismo título, obra de Jimmy Eat the World.

Sabemos que David Lynch, el Lynch de Cabeza borradora y Blue Velvet, se toma unas 20 tazas al día y que harto de no encontrar el sabor exacto y la fragancia justa para su taza acabó creando su propia marca: David Lynch Signature Cup, definida como un ‘espresso orgánico con notas chocolateadas’, mezcla de granos de América Central e Indonesia. Se vende en la red en paquetes de 340 gramos. Cuesta 14 dólares…

Sabemos y recordamos todo eso pero  Panchito quiere hablaros de la presencia del café en las películas aún no estrenadas en la edición 2020 del Zinemaldia, en esas que compiten por el honor, la gloria, los premios y el amor del público del San Sebastian International Film Festival.

Por poner un ejemplo, en Hijos de Dios de Ekain Irigoien, presente en la sección Zinemira, uno de los protagonistas, un ‘clochard’, un ‘homeless’, un ‘sin techo’ de una entereza vital y una elegancia moral arrebatadoras, pasa muchas horas del día en una cervecería del Barrio de las Letras madrileño. En la calle Fúcar. El Alambique se llama y tiene en las paredes el nostálgico recuerdo de unas cuantas revoluciones perdidas. En el Alambique se toman buenas ensaladillas y asan bien las berenjenas pero si está en  esta web de Panchito es porque Javier, ese vagamundos exquisito con el alma herida, hace tiempo que dejó el alcohol, la coca y otras historias así que sus horas en la cervecería son horas de hacer los pasatiempos de los periódicos y de tomar café. ¿Marca? Novell, cuyo origen se remonta a una tiendita de Villafranca del Penedés allá por 1958…

Personajes tan  hermosos como Javier toman café en las pantallas del Zinemaldia 2020. Enrique Villareal también lo hace. Enrique fue Barricada hasta que dejó de serlo. Enrique es ‘El Drogas’ y un documental inmenso, potentísimo, cuenta su historia. Y la cuenta tan desde dentro que nos mete en la cocina de su casa, nos sienta a la mesa en compañía de  su ‘socia’, su esposa, la madre de sus hijos, la abuela de sus nietos, la no menos portentosa y superviviente Mamen y nos sirve un tazón (una ‘cup’) de café recién hecho. ¿Leche? En la mesa no vemos más que un tetrabrick de soja…

Caminho Longue es obra de dos buenos documentalistas, Josu Martinez y Txaber Larreategi, de esos que cargan la cámara al hombro y empiezan  andar los caminos. Así, con el equipo de sonido al cuello, llegaron a la isla africana de Santo Tomé y Príncipe para empezar a contar la historia del exmilitante de ETA Alfonso Etxegarai.

En la primera escena, mientras el protagonista reflexiona sobre tanto dolor causado, se prepara un café. En cafetera francesa de cristal, de esas de émbolo o pistón. Café negro, robusto, intenso. Son tierras pobres y depauperadas las de esas islas pero la compañía Malongo, tan cercana al comercio justo, emprendió hace tiempo  la regeneración de las plantaciones de cacao y café devastadas por los colonizadores portugueses en su huida. Con mimo, en las tierras que rodean el mítico Monte Café, ayudando a sus productores, se han empezado a recuperar magníficas variedades tal que el  Bourbon rojo y el Bourbon amarillo y se ha creado la cooperativa de cafeteros, de productores, de agricultores Cecafeb

El Zinemaldia número 68 a través de  su café. En Selva Trágica, de una mexicana valiente, Yulene Olaizola, las cuadrillas que sangran a los árboles para conseguir su chicle, su goma, su ‘chewing gum’, beben  café muy oscuro, de rescoldo y brasa, en potes de latón

En los primeros capítulos de una serie rápida, trágica, inquietante,  ‘El estado contra Pablo Ibar’, los  abogados encargados de demostrar la inocencia de ese vasco pariente de Urtain  acusado en Florida de tres asesinatos, trasiegan café americano con trozos de pizza  mientras agotan las horas de los plazos de la Justicia

Zinemaldia 68, bébetelo a sorbos de café. Nuestras boutiques de Reina Regente y Plaza Gipuzkoa están en el cruce de caminos justo entre el cine Principal, los Príncipe, el Victoria Eugenia y el Kursaal.

Y a los dioses y los demonios guardianes de los cafetos cultivados en altura pongo por testigos de que después de ver la película Lobster Soup (proyecciones los días 25 y 26 en el Kursaal 2, el Príncipe y el Trueba) vais a sentir urgencia de la gozosa de tomaros un buen café. Nunca se nos hubiera ocurrido pensar que los islandeses, los habitantes de la isla de los hielos, fueran bebedores tan irredentos como nosotros. Pero lo son. Exactamente desde 1703 cuando el sabio Árni Magnússon le compró unos cuantos granos a un amigo sueco  y preparó unas cuantas tazas para… los clérigos del lugar.

Con el tiempo el café (siempre fuerte, amargo y oscuro) se convirtió en el símbolo de la hospitalidad islandesa. Tan es así que todavía hoy hay cafeteras a disposición de clientes, amigos o visitantes en los bancos, las gasolineras, las tiendas y la entidades oficiales.

Café, mucho café en Islandia. Y  muchos de los locales que lo sirven se han convertido en leyenda. Uno de ellos y sus parroquianos son los protagonistas de esta película coproducida por donostiarras, valencianos y gente de aquel lejano norte. Con Lobster Soup entraremos en el Bryggian de la pequeña (pero viva y vivificante) localidad de Grindavik. El bar e famoso, precisamente, por su sopa de langosta. Pero los viejos y los jóvenes del lugar se reúnen para hablar de  las ballenas, las sagas nórdicas, el amor, la desilusión, el fútbol, el rock y el paso de tiempo ante una y cien tazas de café. La sopa de langosta, antes. El café, siempre

Ah, en Islandia, descafeinado… poquísimo. Solo para turistas. Ah, palabra autóctona para decir ‘barista’: Kaffibarpjónn.

¿Vemos una película? ¿Tomamos un café?

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Begoña del Teso

Begoña del Teso

Comentarista de Cine. Entrevistadora. Reportera.
Fan fatal de los vampiros, las motos y el café.

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