En Eibar, donde tan buen café cortado preparan, se creó en el año 2000 la asociación Egoaizia. Primero fue con la intención de transformar la ciudad armera, la ciudad republicana, la ciudad del equipo de fútbol que viste de blaugrana, la ciudad del damasquinado y las motos Lambretta,. La ciudad de las cuestas y la arquitectura asombrosa. Luego, puestos a, decidieron que también podrían intentar trascender fronteras. Bajo un lema que ha acompañado a la Humanidad desde, más o menos, el siglo XV, Gente pequeña haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo. Para el año 2000 ya estaban enredados en 61 proyectos internacionales de transformación social, cívica, educacional, agraria, ganadera; de optimización de recursos y colaboración con agentes y activistas locales (no quieren ser vistos como ‘esos occidentales que vienen en sus aviones, plantan semillas y se van a su mundo feliz’) o de empoderamiento de mujeres rurales que repercutían en 50.900 seres humanos, empleando uno cinco millones de euros. Y todo eso doblando el mapa terrestre, de Perú a África.
Actualmente, uno de los puntos de la tierra donde con más ahínco trabajan es en la región del Tigray, en Etiopía (allí donde, como todas las leyendas cuentan, surgió el café, la moka, la delicia negra…). Han pasado una guerra (de esas invisibles e invisibilizadas) en las que han muerto 600.000 personas, dos millones han sido desplazadas y 120000 mujeres salvajemente violadas como estrategia bélica. Una guerra entre el Estado Federal y el Frente de Liberación del Tigray que nadie ha ganado, menos aún el pueblo, atrapado entre los dos bandos con cualquier clase de comunicación por tierra, aire, internrt, teléfono, redes sociales cortada, escamoteada, imposibilitada. Luego vino la sequía atroz…
Egoaizia, en colaboración con, lo dicho, agentes locales, consultores en actividades humanitarias y apoyados por donaciones de empresas e institucionales, se está batiendo el cobre y partiendo el pecho por llevar semillas, recomponer las infraestructuras dañadas, ofrecer aperos de labranza y hasta jergones y somieres porque, siendo como fue guerra entre pobres, cuando sucedían los saqqueos, hasta las camas se llevaba la facción victoriosa.
Pero hay algo más. Algo que a maese Panchito le sobrecoge y emociona porque nuestra bebida favorita está por medio. Egoaizia, en cooperación con la agrupación local 4ybin, intenta recuperar para la vida el mayor número de mujeres asaltadas, abusadas y martirizadas física y psíquicamente. Por ahora no es más que una gota en un océano de dolor y tortura pero ya sabéis, Gente pequeña haciendo cosas pequeñas…
Saben, porque no son meros voluntarios sino gentes que han estudiado profundamente, en universidades y congresos, qué sucede en las malditas posguerras. Saben que cuando dicen que se acabaron las batallas yse llega al alto el fuego o se firma la paz (comillas, muchas comillas) lo más importante tras una trauma terrible es, primero, poder contarlo, verbalizarlo. Y para que eso suceda la víctima ha de sentirse en un entorno seguro. Y ese entorno ha de ser creado porque muchas de esas mujeres han perdido su tejido social. Han huido de su tierra, les han matado a los suyos y si vivos, sus familiares, tantas veces, las rechazan ( el horrible mito de ‘algo podrías haber hecho tú para que no te violarán’…)
Egoaizia ha reunido a unas cuantas (bastantes, unas 500; pocas si pensamos en las 120000…) en aldeas y otros lugares y las ha juntado alrededor de una ceremonia sagrada en Etiopía, el país del emperador Halle Selassie, de la Reina de Saba, del padre Ángel Olarán, la del café, llamada ‘Buna’.
Es , lo dicho, un rito, un ritual de ceremonia, señal de hospitalidad, de congregación, de reunión. Ese momento entre sagrado y humano, tan , cuando las mujeres se sienten gusto, libres, en compañía de otras. El momento de la charla, la risa y el llanto. No querían los amigos occidentales reunirlas en salas de hospitales o en sesiones de terapia. ¿Qué mejor cura que una café arábica tostado en sartén y servido, repetimos, ceremoniosamente, siguiendo fórmulas ancestrales?¿Qué mejor medicamento si un viejo proverbio etíope dice Buna dabo naw, que significa¡El café es nuestro pan!?
La maestra de ceremonias, vestida con ropa blanca ribeteada por telas de colores, esparce hierbas aromáticas y flores frescas por el suelo y enciende incienso para apartar a los espíritus malignos de los tremendos recuerdos y los dolores inexplicables.
Coge luego la ‘jebena’, una cafetera de arcilla negra y fondo redondo. La llena de agua y la coloca sobre las brasas
Toma un puñado de granos verdes de café. Los limpia con mimo en una sartén caliente. Una vez limpios, los tostará. En una sartén que moverá con cuidado y destreza para que todos se tuesten por igual y alcancen un bonito color marrón. Entonces los muele en y con un mortero que consiste en un cuenco de madera que se llama ‘mukecha’ y un cilindro acaso de madera , acaso de metal, dicho ‘zenezena’.
Para cuando la molienda acabe, el agua de la jebena estará lista. La anfitriona quita la tapadera de paja, echa el café. Alcanzado el punto de ebullición, se retira del fuego.
Se sirve. Sobre una bandeja, pequeños vasos de cerámica o vidrio. Sin asa. Todos muy juntos. La oficiante los llenará todos con el mismo chorro. Desde una altura de un palmo. Alguna de las invitadas añadirá azúcar, otras no. Elogiarán el café, admirarán el arte de la maestra cafetera. Empezarán a degustarlo con… ¡palomitas! O cebada tostada. Tres veces se rellenarán los vasos. Cada una tiene su nombre, abol, tona y baraka. Aseguran que las dos primeras tazas transforman tu espíritu y con la tercera recibes una bendición. Cósmica, divina o de sororidad.
Alrededor de ese café las mujeres hablan de las pesadillas pasadas y de los sueños actuales. Esta historia funciona. Tanto que la han presentado a gobiernos y diputaciones para que siga adelante y llegue a más y a más víctimas de la guerra y la muerte. Y de todas esas mujeres que toman café juntas se elegirán a unas cuantas para proveerles de un poco de tierra, unas semillas, algunos animales. Y de ahí ¿quién sabe? Acaso surjan microempresas o pequeñas cooperativas Y más Bunas reparadoras Porque el café nos puede salvar. Porque cicatriza nuestras heridas.
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En las fotos del artista guipuzcoano Iñaki Luis, la sartén, la ‘jebena’ de arcilla, los vasos, los granos tostándose. Y las manos que sostienen la taza o la que sirve el Buna, ese ‘pan’ negro, líquido, aromático que nos hace, poco a poco, libres y fuertes…..
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