Brasil ha estado muy presente últimamente en los noticieros de radio y televisión, en las páginas de Internacional, Mundo o Política de nuestros periódicos, en las de análisis geoestratégico de los diarios digitales. Brasil ha sido noticia porque 150 millones de ciudadanos a votaron recientemente en las elecciones presidenciales y aunque ganó Lula Da Silva cierto es que lo hizo por escaso margen de votos, solo una diferencia de 1,5 puntos sobre su rival, el temible negacionista, retardista y retrógrado Bolsonaro. Brasil ha quedado completamente divido en dos opciones de política, vida, sociedad, y sentido de la libertad y la solidaridad. Pero se mantiene unido por una tradición, un rito, un sabor; el del cafezinho. Que no es un café con leche, que no es un cortadoy que no se toma en el desayuno (ahí la apuesta y propuesta es el manha, con pan, mantequilla, fruta –papaya, por ejemplo- y, tal vez, un trozo de queso del estado de Minas Gerais).
El cafezinho es…. El cafezinho. Porque no, no es un com leitte, no es un cortado, no es un expreso, no es un pingado (al que se le echa unas gotitas, solo unas gotitas, de leche para ‘pintarlo’). El cafezinho se bebe cargado y muy caliente, sin leche y con mucha azúcar. Tiene un aroma fuerte y un sabor intenso, casi duro.
¿Arábica puro? Puede ser. Los arábicas del sur de Minas son famosos, precisamente, por su intenso cuerpo y fuerte perfume mientras que en Río gusta uno que se diría solo complaciese a quienes habitan bajo el ‘Pan de azúcar’. Al arábica que se consume allá se le llama, por algo será, ‘al gusto de Janeiro’ y te deja en el paladar notas de yodo.
Arábica, sí. Un cerrado mineiro, por ejemplo. Pero dado que Brasil ha llegado a producir entre 40 y 45 millones de sacos de café (a 60 kilos por saco) no es de extrañar que también se cultiven excelentes robusta, casi más ideales incluso para el imprescindible chute de cafeína y azúcar que implica el cafezinho. Por citar una de las variedades, ahí está, poderoso, el conilón (coffea canephora) natural de las regiones de Rondonia, el estado norteño que limita con el Amazonas al norte, el Mato Grosso al este, Acre, el viejo imperio de las etnias kashinawa, jaminawa y shamenawa, al oeste y Bolivia al suroeste
En Rondonia, a baja altura, se cultiva el robusta conilón, resistente a las plagas y las sequías, pleno de cafeína. Se suele podar cortando las hojas de los ramos productivos para así concentrar al máximo la energía de la planta. Se suele cosechar antes que las excelsas variedades de arábigo porque su cepa madura antes de forma natural. La producción de conilón (muy usado en el comercio de cafés solubles por su alta concentración de sólidos solubles en su grano) ha ocupado este 2022 389,2 mil hectáreas, con una productividad promedio de 43,6 sacos por hectárea protegida por la D.O Cafés do Brasil.
De arábica, de robusta pero que sea…cafezinho. Hasta canciones le dedican. Escuchad en YouTube, si os apetece, ese Cafezinho Quente Cheiro do Mato, todo un himno interpretado por un artistazo de las plataformas y los estadios, Raí Saia Rodada.
Cafezinho… Tal vez preparado con una mezcla imponentede variedades arábigas Bourbon y Poços de Caldas. Tal vez.
Brasil atraviesa un momento convulso. Brasil está partido en dos. Brasil está en la lucha. Brasil tiene futuro. Porque mientras alguien te invite a participar en el rito de preparar, servir y tomar un cafezinho, nada puede ir del todo mal. Significa que nadie puede para el ritmo, ni el ‘jogo bonito’, el juego bonito, The beautiful game de aquella selección canarinha de fútbol de los años 70. El jogo bonito de aquellos que parecían tener dos cerebros, uno en los pies: Sócrates, Garrincha, Jairzinho, Rivaldo, Pelé… Por supuesto en los entrenamientos y en el vestuario, también a veces en el banquillo, antes de ganar se tomaban un… cafezinho.
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