Todo empezó hace mucho menos tiempo que el que acostumbra a pasar desde que lo que cuentan los cuentos llega a nosotros. Fue en el siglo XIX. En Alemania. Los niños dieron en encender una vela cada uno de los cuatro domingos anteriores a la Navidad. Acaso, sin saberlo, sin sospecharlo, estaban haciendo suya una costumbre, una tradición, un ritual judío que recuerda cuando los Macabeos recuperaron el Templo de Jerusalén expulsando a los griegos y a sus dioses. En recuerdo a que el aceite que prendió el Sumo Sacerdote el día del triunfo ardió durante ocho jornadas, ocho se encienden a lo largo de la festividad llamada Hannukah, cuyos días y noches suelen coincidir con los de la Navidad. Las velas arderán cerca de la ventana a la espera de que Quien ha de Venir (cada cual interprete eso de una manera y revista al deseado, a la deseada de sus propios sueños y cariño…) las vea desde lejos ( Hator, hator mutil etxera, vuelve a casa vbuelve por Navidad…)
Todo empezó, acaso, tal vez, ¿quién sabe a ciencia cierta el origen de los ritos? en Alemania. En el siglo XIX. Junto con las velas, niñas y niños dieron en pintar con tiza en la pared o en la puerta de las casas un total de 24 rayas, que se iban borrando día a día desde el 1 de diciembre hasta el 24. Todo, ya lo veis, muy casero, muy infantil. Muy diy, ya sabéis, muy do it yourself, móntatelo tú mismo.
Pero algo pasó noches antes del Primero de Diciembre del año 1902. Y pasó en Hamburgo. A Friedich Tümpler, .propietario de la Librería Evangélica de la ciudad donde juega un equipo de fútbol tan revoltoso como es el St Pauli, se le ocurrió imprimir unas caras redondas y grandes, bastante grandes, divididas en 24 segmentos. Cada día se abría uno y aparecía la letra de una canción o unos versículos de la Biblia.
Y algo más sucedió en 1904. Aquel 1 de Diciembre el periódico ‘Sttutgarter Zeitung’ encartó entre sus páginas un calendario del mes en curso. De aquel diciembre, sí. Pero solo con 24 fechas. Se llamaba Im Lansden des Christkind (En la tierra del Niño Cristo) y era una obra bellísima, llena de dibujos y recortables, trabajo exquisito del artista Gerhard Lang
Así empezó todo. Cuentan. Y fue tal el éxito que hasta cuando el Horror se cernió sobre Alemania y los nazis alcanzaron el Poder sus dirigentes no pudieron prohibir el calendario de Adviento aunque, claro, lo adaptaron a los letales sueños de aquel Reich que creían habría de durar mil años.
Contar cómo de aquellas rayas de tiza en la pared y de aquellas velas hemos llegado a ese bellezón que es el Calendario de Adviento que un año más nos proponen nuestro maestro cafetero Panchito y los grandes amantes y especialistas en té que son las gentes de Kusmi Tea nos llevaría miles de miles de miles de granos de café y cientos de miles de hojas de té. Podéis seguir buscando vosotros más historias y relatos; los encontraréis en almanaques, redes sociales y libros con cuentos navideños. Nosotros solo o diremos que todas las compañías dedicadas a la distribución y venta de alimentos están agotando los suyos, que en los mejores comercios de decoración navideña hay verdaderas obras de arte. Calendarios de Adviento no solo de papel. También en madera. No solo en dos dimensiones. Los hay que son trenes, que son casas con 22 ventas y dos puertas. Hay Calendarios-reloj que en vez de dar 12 campanadas acaban dando 24…
Y está, claro, a punto de agotarse el de Kusmi Tea, que como sabréis tiene su lejano origen (hace ya más de 150 años) en una ciudad tan de leyenda como San Petersburgo pero ya lleva décadas asentada en París aunque el lugar donde se reciben las hojas de plantas cultivadas en los países más exóticos, donde se preparan, se mezclan, se crean nuevos sabores, se imaginan otros y se reverencia el legado del té de los samovares…está allá por Normandía, en Saint-Vigor d’ Ymonville.
Su Calendario de Adviento es un homenaje a los grandes hoteles de antaño. A los más cinéfilos nos puede recordar una película magnífica, Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson. Aunque también podría ser aquella Grand Hotel con Greta Garbo. O el hotel de Muerte en Venecia o el Carlton, el María Cristina, el Ritz, el Adlon, el Dorchester; hasta el Overlook de El Resplandor…
Escaleras, trampillas, salones. El bar. Suites. Botones. Recepcionistas. Huéspedes. Y en cada puerta que abramos, una bolsa de té… Príncipe Waldimir, Tropical White, Earl Grey Intense… Así hasta 22. ¿Cómo qué 22? ¿No eran 24? Sí pero también hay, escondida una cucharilla y, oculto, un infusor.
Empieza el tiempo de Adviento. Sed bienvenidas, bienvenidos al mes con 24 días. Con 22 bolsitas de té. Y dos regalos. Maestro Panchito os espera a las puertas del Kusmi Hotel.
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