Historias de café y del teso

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Panchito bebe el té del emperador

Quien ama, venera y reverencia el café como lo hacemos nosotros en Polígono 27, Plaza Gipuzkoa, calle Fuenterrabía o Reina Regente y  lo amamos tanto como lo hacen nuestros hosteleros y hoteleros amigos, nos podemos ni queremos sustraernos a la fascinación que nos producen otros productos rodeados de leyenda, de Historia y de historias; de sabores, aromas y fragancias. Amamos el vino que embriagó a Noé cuando las tierras se secaron tras el Diluvio. Algunos amamos el tabaco, flor de La Habana. A otros nos gustan los rones azucarados de caña, los whiskies de turba y malta y la cerveza  que hoy día crean tantos artesanos herederos tecnológicos de los frailes de los Países Bajos.

Y amamos el té, esa bebida que para algunos (los místicos taoístas) constituye  uno de los ingredientes del elixir de la inmortalidad, tal como  cuenta Okakura Kakazo en su magistral El libro del té, escrito en 1906.

 Esa bebida que cruzando siglos y milenios adquiere nombres y matices de pura maravilla. Porque si hacemos caso de los  deliciosos cuentos recogidos por el investigador Natalio Cardoso en sus viajes (casi astrales) por las  culturas china, japonesa y coreana, a una de las variedades se la llama ‘Té de los Monos’ mientras que de otra se sospecha que fue ‘Traída por los Pájaros’ a nuestras teteras y al más carmesí, al más bermellón se le denomina ‘Gran Túnica Roja’ mientras que al verde Lung Ching se le conoce como el ‘Té del dragón’  y se cultiva en la región cercana a la ciudad de Hangzhou,  en la provincia china  de Zhejiang. Dicen algunos que es lugar muy famoso por  su Lago del Oeste Xīhú,  Patrimonio de la Humanidad. pero la mayoría de los que amamos  esa bebida conocida por los hombres y las mujeres  desde hace más de 4.700 años, tenemos la certeza de que esa zona es más legendaria aún porque cosa sabida es  (y jamás negada por nadie) que en ella, en sus cuevas y pozos, habitaban los dragones. En perfecta armonía con agricultores, ganaderos y recolectores. Armonía pactada por unos y otros en presencia de la Diosa de la Armonía  que da nombre a otra variedad.

¿Cómo no íbamos a amar el té que para los budistas es bebida imprescindible para traspasar el umbral hacia la meditación?

Energizante y místico; refrescante y reconstituyente, adorado por los tibetanos, que  no tienen ningún apuro y sí encuentran gran placer en consumirlo en su variante más rústica, la que podríamos considerar la antítesis del té blanco, ese cuyos brotes se recolectan en las montañas de Fujian a mano, en primavera (más exactamente: en abril) cuando empiezan a despuntar; ese considerado el más puro de todos, ese que nunca debe mezclarse con nada, ni con la mejor leche, ni con unas gotas de limón de Menton o de Valencia.

El té que toman, felices, los tibetanos, tiene el amargo sabor de las cumbres cercanas a las aldeas porque se prepara con  sus tallos, sus ramas y sus hojas más grandes.

¿Cómo no íbamos a amar el té los cafeinómanos si no hay momento más hermoso en el Atlas que cuando un moro de la morería te  invita a compartir el suyo, el preparado con hierbabuena y azúcar y servido en vaso tallado, damasquinado casi; ese  té que no es solo digestivo, tonificante y diurético sino absoluta señal de amistad y hospitalidad; ese que se escancia en un vaso y se vuelve  a verter en la tetera varias veces hasta que esté bien mezclado, hasta que, según la costumbre, hayamos recordado la felicidad pasada, abrazado la presente y deseado la futura? Entonces, solo entonces, se servirá. Desde  cierta altura para que se forme una corona de espuma. Y también para que se oxigene y su sabor se potencie. Y sí,  se toma muy caliente, porque bien saben  los hombres y las mujeres del desierto o de las olas XXL  que se surfean en Nazaré que al calor, con calor se le combate.

Amamos el té los cafeteros de Panchito. Dicen que los primeros europeos que lo conocieron fueron aquellos navegantes portugueses que se aventuraron hasta La India en los últimos momentos del siglo XV  pero fue la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales quien primero lo  trajo y lo comercializó en Amsterdam allá por el 1610. Y los  vendedores de café, precisamente, quienes lo introdujeron dónde y en Londres  hacia 1657. Si, los comerciantes-amantes del café estamos en el origen del Té de las cinco que como todos sabemos ya, se empieza a disfrutar a las tres de la tarde, acompañado de maravillosos sándwiches de pepino y soberbios scones, esos panecillos rellenos de uvas, pasas, arándanos, queso o dátiles.

Panchito ama el té. El blanco imperial, el verde, el rojo, el negro. El gunpowder y el matcha, cuyas hojas se han molido hasta transformarlas en polvo y se prepara batido en agua. Amamos el té. Desde su raíz hasta su brote más tierno.

Y cuando no podemos participar en una de esas majestuosas ceremonias japonesas, cogemos nuestro vaso de bambú, pedimos un combinado en plaza Gipuzkoa, Reina Regente o Fuenterrabía y nos lo tomamos caminando. Sí, Tea to Go, ¿por qué no? Té para llevar. Eskatu, hartu eta eramateko tea

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Begoña del Teso

Begoña del Teso

Comentarista de Cine. Entrevistadora. Reportera.
Fan fatal de los vampiros, las motos y el café.

Vaso de Bambú reutilizable