Los más feroces críticos de la cosa cinematográfica y del multiverso audiovisual dicen y escriben pestes sobre una de las series con mayor éxito en plataformas y cadenas de pago temáticas.
No, no me refiero a la excelsa Miércoles ni voy a discutir sobre Machos Alfa. No, hablemos de Café con aroma de mujer, revisitación de una antigua, y en su tiempo (la década de los 90) fastuosísima telenovela colombiana que paró los pulsos a los televidentes de media América Latina.
Los más feroces críticos de asuntos audiovisuales pueden hacer y deshacer lo que les venga en gana sobre los 88 capítulos (dependiendo de en qué canal la veamos y cómo se distribuyan los minutos pueden llegarr a ser 92) de este serial capaz de plantarles cara a las producciones turcas.
Está creado, apuntemos el dato bien clarito, por una mujer, Adriana Suárez, con dos chicas entre los tres guionistas ( Paola Cazares, Cecilia Percy + Javier Giraldo), otras dos en la dirección artística (Ana Paula Zamudio y Carolina Gómez). Y no son las únicas porque Olga Lucía Rodríguez comparte la realización de ese casi centenar de entregas con Mauricio Cruz.
Y no, no cito a esas cinco mujeres como reivindicación (que también) sino como constatación. ¿De qué? De muchas cosas. Por ejemplo de que las protagonistas femeninas de la telenovela ( no me refiero a las de alta cuna y baja cama, no. Las ricachonas son retratadas como se merecen y siguen encadenadas a sus antiguos prejuicios y perjuicios…) son mujeres bravías. Bragadas, rebeldes; revolucionarias, incluso. Saben que su cuerpo es suyo. Su sensualidad también. Saben que un mañana mejor les espera. Son, lo dicho, bravas. Y no suelen necesiitar macho (ni alfa ni omega) al lado. A no ser que decidan que sí. O que a ratos. Pero siempre después de plantarles cara y de luchar or tener su hectárea de tierra para plantar el café soñado.
Pues a pesar de eso y de que la versión terminada de filmar en 2021 es muy capaz de hablar de todo, de situar al espectador en el contexto geopolítico de este siglo XXI y de este III Milenio; a pesar de que se habla de emigración (clandestina, con o sin papeles…), de narcotráfico, de la situación en todos los países de la América que no se expresa en inglés; a pesar de que es capaz de arrancarse por rancheras, tomarse un ‘guarito’ ( un vaquerito, un shot, un chupito) de aguardiente, sal y limón y luego cerrar contratos en los mercados de Nueva York… A pesar de todo eso, los críticos más feroces, los que se las dan de solo ver películas iraníes ,coreanas o finlandesas, siguen negándole el pan y la sal a Café con aroma de mujer. Sin dedicarse, por ejemplo, a un ejercicio visual y mental de lo más interesante: a comparar los capítulos de hoy mismo con algunos de los años 90 que admiradores irredentos han subido o colgado a las redes.
Si lo hicieran, comprobarían rápidamente cómo cambian los tiempos, las costumbres., los afanes, la realidad, las cuestiones de moralidad, reparto de tierras, comercio justo, alcurnia, sexo y política.
Por el contrario, Panchito y los panchiteros estamos absoluta y brutalmente enganchados a Café con aroma de mujer. Y no solo porque nos encante su protagonista, esa Laura Londoño quien, por más que los susodichos y revirados críticos la ningunean por pensarla solo actriz de telenovelas resulta que interpretó a Clara en una película que zarandeó a muchos y clausuró el festival de cine de San Sebastián de2020, El olvido que seremos, de Fernando y David Trueba. Ella es Laura Londoño y trabajó con Benicio del Toro en una biografía de Pablo Escobar. Ahí tenernos a Laura Londoño, posando en las páginas del Hola como la modelo que realmente es. Ahí está ella, la Londoño que hasta canta los temas que definen a su personaje, ‘Gaviota’. Canta, sí, esos boleros, rancheras y tangos escritos, también, mayormente por mujeres.
Pero no, a Panchito y a los panchiteros y panchiteras no nos gusta solo este serial porque el protagonista masculino, William Levy, aunque tenga aires de típico galán de telenovela (modernizado, ciertamente) no esté físicamente nada mal. Ni nos gusta solo porque los libretos están muy a favor de las parejas mixtas, mulatas, mestizas y no tengan nada, nada pero es que nada en contra del amor homosexual.
Ni porque a pesar de ser bien brava en esas cuestiones mantiene igualmente todo aquello que desde antes de que surgieran las radionovelas, las fotonovelas, las telenovelas todo buen drama (incluidos los de Shakespeare) tuvo, tiene y tendrá: amores prohibidos, gentes(s) despechada(s), conflictos entre clases sociales, muchachas embarazadas que criarán a sus hijos solas como sus madres las criaron a ellas. Más personajes malvados a los que odiar con fuerza no es solo un placer sino hasta cosa saludable. Junto a personajes buenos y justos, que confían en la bondad de los otros sin intuir que se equivocan al hacerlo.
No nos engancha únicamente porque acepta de buenas a primeras que en todo buen drama, desde la tragedia griega hasta hoy, tiene que haber trampas, equivocaciones, malos entendidos y un Destino caprichoso que ahora te abraza rico y luego te maltrata fiero.
No. No es (solo) por eso. Los panchiteros del mundo unidos amamos Café con aroma de mujer por, faltaría más….¡El café! Porque realmente impregna no ya cada capítulo sino la mayoría de las secuencias de los 88.
Lo juro. Si se sigue esta novela con los ojos de un cafetero, de una cafeinómana, de un amante verdadero de las esencias, los aromas, los sabores, las notas exóticas o de tierra o de especias o chocolateadas del café, este casi centenar de capítulos representa un glorioso tutorial donde el espectador encuentra respuesta a casi todo lo que siempre quiso saber sobre el grano, la cereza, el fruto, la molienda y el resto de lo demás, incluido el mercado.
En Café con aroma de mujer aparecen igualmente los brokers de la bolsa de cotizaciones de los granos que se convierten en nuestra bebida favorita. Aparecen precios al alza. Y a la baja. Certificamos que mientras un kilo de café normal, del de beber y olvidar, puede valorarse en 15 ($) uno de buen origen puede alcanzar los 60. Se habla también en la teleserie de cómo algunos ‘capos’ usan el café como método de lavado de su dinero incierto. Y de cómo algunos seres despreciables mezclan en los sacos de café del bonísimo ‘pasilla’, para cobrar más pero no ofrecer toda su cosecha purísimq. Los pillarán, claro. Los dioses guardianes del café protegen el grano hermoso…
Los capítulos que no están rodados en la capital, Bogotá, o en Nueva York lo están en la zona de Manizales, que forma parte de las 141.120 hectáreas que a los pies de las estribaciones occidental y central de la cordillera de los Andes componen el llamado Paisaje Cultural Cafetero, reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que incluye a 16 centros urbanos, 6 paisajes diferentes y 85.000 familias que se benefician de una fructífera alianza entre el Ministerio de Agricultura y la Federación de Cultivadores de Café Colombianos tanto para la toma de decisiones, la financiación y los controles de calidad como para la investigación de nuevos procesos, nuevas plantas, nuevas formas de cultivo , tueste y comercialización
Café con aroma de mujer se grabó en Manizales, en el departamento de Caldas, confirmado por otros 17 municipios más uno de ellos llamado como la patrona de Gipuzkoa, Aránzazu, otro dicho Palestina y un tercero, Viterbo, famoso también por sus plantaciones de caña, su árboles de cítricos y sus peces.
Por eso, por esa localización, es lógico que una de las protagonistas de la novela, Marcela, hija de los hacendados Vallejo, alumna aventajadísima de la mejor escuela de cocina de París y pareja de Lemarcus, otro estudiante de brillantísimas notas, origen humilde y, para horror de la high society de la zona, negro, habla continuamente del ‘eje cafetero’ y acaricia el sueño de convertir la inmensa finca de su familia en un lugar de buena gastronomía, agroturismo y degustación del mejor café además de lugar para excursiones, trekkings, senderismo y aventuras entre los cafetales.
La mansión de los Vallejo, que domina grandes extensiones donde se cultiva no solo el café sino también plátanos y cacao, es en la vida real un hotel muy afamado en la zona, la Hacienda Venecia, definida rimbombantemente y en inglés por las agencias de turismo como un santuario del ecolodge o alojamiento ecológico. Está situado entre las ciudades de Salento y Medellín y más allá del llamado Tour del Café y las visitas a los establecimientos de las damas chocolateras que transforman el cacao en eso, en chocolate, en la Hacienda Venecia proponen jornadas de avistamiento de aves pues más de 250 especies revolotean allí, anidan o se refugian de los rigores del invierno lejano entre cafetos y naranjos.
Es por todo eso que Maese Panchito y su tropa panchitera adora los 88 (quizás 92) capítulos de esta serie. Paso a paso descubrimos la importancia absoluta de las mujeres recolectoras. Algunas llegan a ser figuras míticas y las distintas fincas se disputan su ‘fichaje’. Son ellas las que cada poco recuerdan al espectador cómo hay que recoger el fruto. No lo harás cuando esté aún verde ni cuando pasado o ‘pinto’ sino cuando brille de rojo pasión. Nos enseñan también el movimiento que se debe hacer con los dedos para soltarlo de la rama sin dañarlo. Se cuenta que está bien visto tanto por los capataces y los propietarios de las tierras como por los espíritus protectores que sean las mismas manos que lo sembraron las que lo recojan.
Asistimos antes de llegar al capítulo 30 a las discusiones del capitalista irredento que quiere café fácil de vender, destinado, por ejemplo, a ser convertido en polvo soluble y quienes desean producir un café de orígenes puros al que mtizan y enriquecen los árboles de los alrededores y hasta esas aves que pasan. En la jornada televisiva 26, un estadounidense, un gringo de los buenos que bajó del Norte harto de Wall Street y de trabajar en Times Square, realiza, en secreto pues nadie se fía de él, un experimento que a Don Panchito le parecería fabuloso. La tradición añeja dice que al mejo café hay que dejarlo fermentar durante 12 horas pero Don Arthur tiene el pálpito de que esperando 60 más, aromas y notas se concentrarán intensas para luego expandirse en la taza…
Curioso es comprobar que en las fincas tanto los hacendados como las recolectoras, los capataces, las sembradoras desconocen prácticamente el espresso y hasta que no bajan al pueblo, no ven una máquina de café. En las haciendas y en los cafetales, el café se bebe ‘clarito’ o bien infusionado, o hecho en olla. Y se bebe de continuo, no solo en el desayuno o la sobremesa. Y no en las tazas donde nosotros tomamos el solo sino en potes con asa.
Bernardo, el hijo homosexual de los Vallejo, se reirá del café que le prepara Carlos, el bartender supermoderno que le está ayudando a salir del armario. Es bueno Carlos en la creación de cócteles pero a pesar de tener en su gastrobar hiper cool de Bogota áuna buena máquina, comprime demasiado la molienda en el portafiltro y no le imprime suave y justa fuerza al golpe que se debe ejercer en el mango. Sin contar, claro,no solo la cantidad sino la calidad del agua empleada.
Es por todo eso que los panchiteros, a diferencia de los feroces críticos de lo audiovisual (que seguro solo beben agua insípida recalentada con hierbas…) amamos tanto Café con aroma de mujer. Porque cuando la protagonista (‘Gaviota’) viaja con bravura a Nueva York, sin saber inglés, sin haber volado jamás, con unos papeles más o menos amañados , buscando a Sebastián que es rico riquísimo, broker del café y padre de su hijo (aunque él, lógicamente no lo sabe porque si lo supiera la novela se habría acabado en 12 capítulos), es acogida por una pareja de compatriotas ya perfectamente asentados que tienen un local donde se glorifica el café de especialidad. El momentazo cuando nuestra heroína prueba por primera vez una variedad de Etiopia y conoce aromas nunca soñados es impresionante. Como también lo es leer el cartel que decora la pequeña habitación, en realidad un trastero donde ella duerme. Es una hermosa banderola del buen café de Honduras.
Por todo eso y porque a lo largo de los 88 capítulos aprendemos, por ejemplo, que ¡ el proceso de ‘beneficiado’ del café consiste en obtener el grano verde a partir de la cereza y sus distintas modalidades de lavado o vía húmeda, de ‘honey’ o miel, de vía seca y se remata con su posterior secado en grano/cereza, natural o mecánico, con el reposo, trilla, descascarillado, clasificación y ensacado, es por lo que esta telenovela es de obligada visión para cafeinómanos irredentos.
Para nosotros, que gracias a ella sabemos que si el que tomamos nos parece sublime debemos decir bien alto: ¡Qué machera de café!
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