De nuevo amigos, amigos cafeinómanos todos, dos películas que están batiendo récords de taquilla, de pasión cinéfila, de asombro entre la crítica, tienen a nuestra bebida favorita si no como protagonista (en una de ellas, casi) sí como cooperadora necesaria, que en el género de cine de juicios dirían ante los tribunales tanto la Fiscalía como la Defensa.
Summer of soul es, sencillamente, fascinante. Y Questlove, una criatura igualmente sorprendente nacida en Filadelfia en 1971 con el nombre de Ahmir Khalib Thompson, cuya misión en este mundo es producir la música de los mejores (Amy Winehouse, Elvis, Costello…), crear su propia e increíble música, pinchar música fantástica como DJ, escribir sobre música y, desde relativamente, poco tiempo, ofrecer al mundo las imágenes de algo que sucedió en el verano de 1969 y que no tuvo nada que ver ni con la llegada del ser humano a la Luna ni con el, realmente glorioso, festival de Woodstock y sí mucho con Malcolm X, Luther King, Vietnam, Mahalia Jackson, Nina Simone, Sly and the Family Stone, The Harlem Calypso Band, ‘Hair’, la Era de Acuario y cientods, miles de negros (ni gentes de color ni afroamericanos, en aquel 1969 ellas y ellos querían llamarse así. Black. Porque lo negro es hermoso, libre, revolucionario), el góspel, el blues, el reggae, los ritmos latinos, el soul, el pop, El R&B.
Summer of Soul, la película que ya tendríais que haber visto y escuchado, ha sacado del olvido cientos de filmaciones y grabaciones que nadie emitió, nadie proyectó, nadie programó, nadie promocionó, nadie supo (o quiso saber) que existían. Durante seis fines de semana del verano de 1969 tuvo lugar en el Mount Morris Park( hoy llamado Marcus Garvey Park en honor al predicador, periodista y empresario jamaicano fundador de la Asociación Universal para la Mejora del Hombre Negro ) el Harlem Cultural Festival que reunió a más de 300.000 espectadores y a cuyo escenario se subieron los músicos, las cantantes, las trompetistas, las sacerdotisas, los chamanes más importantes de la comunidad negra. También de la latina. Y de la jamaicana. El alcalde de Nueva York no tuvo reparo alguno en acudir y apoyar. John W. Lindsay era un buen tipo (blanco y republicano) que siempre estuvo en primera línea en la lucha por los derechos humanos.
Lo que en Morris Mount Park pasó fue, es y será algo más grande que muchas cosas y momentos y batallas que hoy consideramos monumentales. Y lo grabaron. Y lo filmaron. Pero luego lo olvidaron en un almacén. Pero quedó en el corazón, las retinas, las tripas, los oídos de cientos de miles de criaturas humanas.
Questlove (God Bless You, Bro!) con la ayuda de muchos hermanos y hermanas ha recuperado todo ese material, lo ha montado, ha hecho entrevistas a quienes allá cantaron, bailaron, gritaron, fumaron, bebieron, alzaron el puño, rezaron… A aquellos a quienes aquellos días les cambiaron la vida. O al menos su percepción y su perspectiva.
Summer of Soul es una celebración visual, sonora. De raza. De ritmo. De rabia. De lucha. De alegría. De orgullo. De espiritualidad que se convierte en danza. Ya deberíais haberla visto. Y oído.
Con un café en la mano. Porque resulta que uno de los patrocinadores del Harlem Cultural Festival fue Maxwell House Coffee, auténtica leyenda del café en los Estados Unidos de Norteamérica, un sueño que empezó a fraguarse real cuando Joel Cheek, un tendero al por mayor, se afincó en Nashville (sí, la Music City of USA) en 1884 y conoció a Roger Nolley Smith, un inglés entusiasta del café. No solo entusiasta sino conocedor máximo. No solo entendido sino corredor y bróker de café en las Bolsas y los mercados de Estados Unidos. De él siempre se dijo que reconocía los orígenes de un grano con solo oler su baya cuando estaba verde.
Para 1892 Joel y Roger ya eran socios y comercializaban su propia marca. Un hotel, el Maxwell House les hizo un gran pedido. Como su mezcla era tan natural y tan bio, como lo llamaríamos hoy, se echó a perder rápido y el propietario del Mxwell les mandó a paseo. Pero los clientes que sí habían probado el café de Roger y Joel dijeron que nunca jamás habían tomado algo mejor. El dueño del hotel, descendiente de sus fundadores en 1859, John Overton y su esposa Harriet Maxwell, agachó las orejas, les llamó de nuevo y les nombró sus únicos proveedores. Roger y Joel le pidieron, a cambio de olvidar la ofensa, poder usar el nombre del hotel como reclamo en su marca. Se estrecharon las manos y… hasta ahora.
No, Panchito no comercializa Maxwell House Hotel. Lo más cerca de Plaza Gipuzkoa que lo encontraréis será en algunos supermercados de Hendaya, Urruña y San Juan de Luz.
Así que ya lo sabéis, las 300.000 personas que acudieron al Harlem Cultural Festival trasegaron buen café. De Nashville, la ciudad del country, el bluegrass. De los White Stripes, de Taylor Swift. Hasta de Travellin´Brothers, los vizcaínos que en 2018 grabaron allá su álbum ’13th Avenue South’.
La historia cafetera de Free Guy, la película de Shawn Levy (productor, director y más de muchos episodios de Stranger Things) con Ryan Reynolds, también tiene su punto, su puntazo macanudo. Y…cafetero. La película va de un personaje absolutamente secundario de un videojuego que la está petando. No es un superhéroe, no es un jugador, no tiene super poderes. Pero ¡oh milagros y misterios de la Inteligencia Artificial y su oculto y desconocido potencial! poco a poco Guy va desarrollando algo parecido al instinto, la intuición y la sospecha de que más allá del formato en que está encerrado puede haber algo. Algo como helados de chicle, amistad y… libertad para, en contra de cómo ha sido programado, en vez de llegar todos los días a su bar-cafetería y pedir ‘un medio doble con leche de avena’, atreverse a probar ¡Un capuccino!
Y así, como si tal cosa ante la sorpresa (y el susto) de los demás NPC(personajes secundarios) que ejercen de clientes en el bar del juego, comienza la revolución. Entre otras cosas porque a la camarera, también activada par servir solo aquello que los programadores hayan… programado, le hace mucha ilusión intentar prepara un ¡té matcha!, esa variedad verde chino-japonesa)verde cuyas hojas están molidas y para consumirla hay que batirla.
El filme luce delicioso. Y no sabe menos delicioso el café utilizado como símbolo de rebelión. Se trata de la marca Laughing Man, sacada adelante por el actor Hugh Jackman que no es solo Lobezno y no tiene únicamente el Premio Donostia sino que es un buen tipo y un cafeinómano de libro.
Su Laughing Man va más allá del concepto de marca, empresa, compañía. Está construida como una fundación que apoya de raíz a los pequeños productores con los que trabaja en Etiopía, Colombia y Perú. Su web es prodigiosa y contiene recetas cafeteras que ni siquiera nuestro maestro de ceremonias, nuestro Señor Panchito, conoce (pero conocerá en cuanto surfee por la página).
Resulta que Hugh es amigo de Ryan, el prota de la película, así que todo el café que se trasega en Free Guy es suyo. De hecho, el 13 de agosto en la cafetería, deli y más que la compañía tiene en la neoyorquina calle Duane, hubo barra libre de especialidades como la de la cooperativa Chirinos de Perú o esa Sonrisa de mujer guatemalteca. Y todo porque se estrenaba la película. También resultó que otro día de agosto, un camión de la compañía ‘El hombre que ríe’, tuneado como si fuera un vehículo del videojuego del filme, aparcó en el parque de atracciones que la Disney tiene en Florida y sirvió café para todos…
Ni el cine ni los conciertos ni los festivales ni nada serían lo mismo sin café. Tendríais que haber visto y escuchado ya Summer of Soul. Y no estaría mal que reservarais localidad para Free Guy. Pero, lógicamente, pediros antes un coffee to go; un solo, un con leche, un capuccino.
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