Se celebró el pasado 1 de octubre el Día Internacional del Café. Nos reunimos todos los cafeteros del planeta en torno a deliciosas tazas de nuestra bebida favorita. Hablamos del pasado reciente. Curiosamente, fue The All Japan Coffee Association quien en 1983 celebró por su cuenta y riesgo la primera jornada galáctica de homenaje a las bayas que nos dan vida. En 1997 la China gigantesca se apuntó a la festividad. Y en 2001 se conmemoró ya en (casi) los cinco continentes.
El Día Internacional del Café tiene una guapa página web (https://internationalcoffeeday.org/) donde queda bien claro que aunque las celebraciones acabaron a las 00.00 horas del 2 de octubre el trabajo a realizar en el mundo cafetero y la pasión por nuestro brebaje maravilloso continuarán este año, el siguiente y cien más si necesario. Con objetivos bien marcados. Por ejemplo, la campaña denominada La Próxima Generación del Café, definida por la Organización Internacional del Café (OIC) como “un programa de apoyo a las próximas generaciones de mujeres y hombres jóvenes en el café, dando vida a sus ideas innovadoras para beneficiar a toda la comunidad cafetera y para apoyar la recuperación de la pandemia, construyendo un futuro más próspero para el sector”.
La citada web ( también tienen instagram y facebook, naturalmente) atesora un puñado de testimonios de baristas, bartenders, cultivadores, productores, maestras y maestros cafeteros nacidos hace bien poco, a finales del XX. El futuro, ciertamente, está asegurado. De eso la Comunidad Panchito tiene cumplida noticia, todos los locales que consumen nuestros cafés, resisten. Animosos. Por otro lado, muchos de los nuevos establecimientos que se abren en el territorio histórico de Gipuzkoa, apuntan entre sus excelencias, la oferta, cada vez más variada y sugerente, de cafés de especialidad y lugares recién estrenados en torno a academias de surf, cerca de nuestras playas, no anuncian en sus pizarras simplemente un ‘macchiato’ o un ‘luongo’ sino que te invitan a descubrir las mismísimas ‘Coffee beans’ que, molidas, darán origen a tu espresso o tu ristretto.
Con el futuro en marcha, retrocedamos al pasado. Salto atrás hasta el siglo XVIII. Desde el Polígono 27 donde Cafés Panchito tiene sus tostadoras, sus sacos de cafés de orígenes, su rincón del barista; desde nuestros rincones de Plaza Gipuzkoa, Reina Regente y San Marcial 28 a una calle de la ciudad alemana de Leipzig, a la Katharinenstrasse, a unos pasos de la plaza del Mercado. Aún conserva un puñado de hermosísimos edificios barrocos tal que la casa Romanushaus construida entre 1701 y 1704 por el burgomaestre Franz Conrad Romanus, o la Fregehaus, residencia del rico banquero Christian Gottlob Frege. Es buena calle la de Santa Catalina.
Ya lo era a principios del siglo XVIII cuando Gottfried Zimmermann abrió en ella un café cuya fama traspasaría las épocas. Desde 1720 alojó el Collegium Musicum, fundado por el compositor alemán Georg Philipp Telemann, que estudió Leyes, fue maestro de capilla honrado y venerado, apadrinó a uno de los muchos hijos de Bach y creó más de 800 piezas musicales.
Para 1723 el Café Zimmermann (Zimmermannsche Kaffeehaus) era ya el centro neurálgico de reunión de comerciantes, adinerados burgueses y miembros ilustrados de la nobleza no demasiado alta pero sí poderosa de Leipzig. Se juntaban cada tarde. Delante de exquisitas tazas de porcelana de Meissen en las que Herr Gottfried vertía la bebida que hacía furor por aquel entonces en Europa Central, el café, naturalmente.
Entre los habituales al Café Zimmermann encontramos a Johann Sebastian Bach que a pesar de estar considerado como uno de los especímenes más celestiales y divinos de la raza humana se entregaba a placeres muy mundanos. Amaba a las mujeres. Amaba la buena charla. Amaba el café.
Tanto, que una de sus obras más sublimes y al mismo tiempo más traviesas es, precisamente, La cantata del café, también definida como una ‘ópera cómica en miniatura’. Su título oficial sería Schweigt stille, plaudert nicht, BWV 211 («Silencio, no habléis»), pero todos sabemos que es una broma, una reverie, una fábula alrededor de esa nuestra luminosamente negra bebida. Con libreto del famosísimo Picander. Una sátira compuesta para bajo, tenor, soprano y una orquesta donde no pueden faltar una flauta travesera y dos violines. Más viola, clave y bajo continuo.
Pasar pasaba que en aquellos comienzos del XVIII muchos creían que el café era cosa de demonios.Bach no, claro. O si lo pensaba, le importaba bien poco porque le gustaba bien mucho. Así que compuso esta cantanta donde una muchacha a la que su padre intenta prohibirle el café, canta «Si no pudiera, tres veces al día, beber café, mi pequeña taza de café, en mi angustia me convertiré en un reseca cabra asada» Y continúa, feliz, importándole bien poco que no la dejen salir o danzar:
Oh, cómo sabe el delicioso café,
más exquisito que cien besos,
más dulce que el vino moscatel.
Café, café tengo que tomar,
y quien quiera complacerme,
¡ah, que me dé café!
Esa glosa a nuestra bebida amadase lee y suena así en alemán: Ei! wie schmeckt der Coffee süße,
Lieblicher als tausend Küsse,
Milder als Muskatenwein.
Coffee, Coffee muss ich haben,
Und wenn jemand mich will laben,
Ach, so schenkt mir Coffee ein!
Hace mucho mucho tiempo que el Café Zimmermann cerró sus puertas. Siglos en realidad. Pero la churruscante cantata se sigue interpretando en muchos de los más antiguos y hermosos cafés del mundo. Por ejemplo en el renombradísimo Café Florian de la veneciana plaza San Marcos. Se inauguró casi a la par que el Zimmermann, en 1720. H a resistido guerras, invasiones y todas las ‘acqua alta’ que inundaron, inundan e inundarán la ciudad Serenísima. Su primer nombre era hermosísimo, Alla Venezia Trionfante. ¿Caro? Por supuesto pero qué placer sentarse, escuchar a la orquestina tocar a Bach y pedirle al camarero un sambuca con mosca. El sambuca es un licor en cuya base encontramos los aceites esenciales obtenidos de la destilación al vapor de semillas de anís estrellado. Puede tomarse solo, naturalmente. Después del café. O puede incluir eso, la ‘mosca’. Se trata, precisamente, de dejar caer en el vaso estrecho y corto dos granos de café. Y masticarlos mientras se embeben del licor. Es, sencillamente, increíble.
Aunque posible y probablemente, a nuestro compañero zumbón del canotier y la chaqueta azul le apetezca siempre más lo que propone esta bonita guajira caribeña: Tómate tu café muchacha, tu café tostado con tu plátano asado’.
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